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Con Cristina.

martes, 23 de junio de 2009

El dilema de Teodorico


El dilema de Teodorico.
Sostienen tipos sabios, con los cuales ni a ganchos me atrevería a discutir, que los gobernantes posteriores a la “caída del imperio de occidente” no eran unos bárbaros, quemadores de bibliotecas y/o violadores de jovencitas. Es más, estos historiadores, cuya capacidad y honestidad intelectual está fuera de duda, afirman que, sin ir más lejos, el celebre Odoacro y el, injustamente, no tan celebre Teodorico fueron, en primer lugar, la continuación de los grandes políticos de los últimos tiempos del Imperio de occidente. Como Stilicón, Rufino y Aecio que lo que tenían en común, además de su capacidad y patriotismo, era su origen bárbaro. Odoacro y Teodorico habían nacido y pasado su vida dentro del Imperio, eran cristianos (de la secta arriana) y los decretos mediante los cuales gobernaban estaban escritos en buen latín. Los romanos de aquellos tiempos consideraban que aun estaban bajo el Imperio, el senado se reunía en Roma y cada año se elegían cónsules. Es más, en el Coliseo aún había grandes espectáculos y los nobles romanos soñaban con los altos cargos y hacerse ricos como siempre lo habían hecho.
Teodorico gobernaba a nombre del Imperio, había tolerancia religiosa, vida cultural e incluso trabajos de reparación en los acueductos.
Y sin embargo algo pasa cuando encontramos un sitio y excavamos.
Durante toda la era del Imperio encontramos porcelana. Una porcelana de buena calidad, accesible para todo el mundo.
Después del Imperio encontramos unos cacharros mal cocidos que parecen de la época de las cavernas.
En el Imperio encontramos menos construcciones colosales de las que uno podría imaginarse y encontramos, en cambio, ciudades enteras de casas cómodas y bonitas.
Después del Imperio la gente duerme en las ruinas y finalmente las ciudades quedan abandonadas.
Como quedó Roma.
¿Cómo puede ser que esto haya pasado con gobernantes tan eficientes como Odoacro o Teodorico? Lo que pasa en un país no suele explicarse por las condiciones personales de los gobernantes.
Supongamos que Teodorico hubiese decidido volver a la porcelana del Imperio. Lo más probable es que las industrias que las producían estuvieran en Alejandría o en Antioquia, de modo que debiera haber construido una industria en el territorio italiano o del sur de Francia que dominaba. Tendría que haber buscado especialistas, es posible que hubiese podido conseguirlos en Bizancio. Hubiese tenido que tener un ejército que hiciera los caminos seguros. Y caminos en buenas condiciones.
Para fabricar la dichosa porcelana Teodorico tendría que haber tenido el Imperio.
El que si tenía un imperio era el megalómano e intolerante Justiniano. Justiniano no llegó a enfrentarse con Teodorico, por un poquito nomás.
Al tal Justiniano se le puso en la cabeza recuperar el occidente para el Imperio. Cuando se enfrentó con los godos de los sucesores de Odoacro y Teodorico (Odoacro era de otra tribu pero que más da) las cosas resultaron tal como se imaginan.
El malvado, tirano loco, Justiniano tenía escuelas de guerra con oficiales que, en el peor de los casos, tenían una formación y que estaban al tanto de cómo peleaban los godos. Tenía fábricas que hacían armas de buena calidad. Tenía una flota para mandar a sus soldados y abastecerlos durante la guerra.
El ejército profesional del diabólico señor de Bizancio exterminó a los buenos godos hasta el último hombre.
Los sucesores de Teodorico hicieron lo que pudieron con el Imperio en ruinas que habían heredado no tuvieron oportunidad de elegir.
Puede ser que mentes desconfiadas piensen que hay en está reflexión alguna referencia a las empresas del estado pero de ninguna manera, estamos entre eruptitos como dijera H. J. Simpson.

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